miércoles, 22 de noviembre de 2017

Hasta pronto Bolivia

Santiago de Chile, 13 de noviembre de 2017

A las 3,45 de la mañana sonó la alarma del teléfono móvil. Iba a ser un día largo. Tras desayunar nos pusimos en marcha hacia los géiseres de Bolivia. Como sus homónimos atacameños, para poder verlos en todo su esplendor, hay que estar a primera hora de la mañana allí, cuando el sol empieza a salir. Todavía era de noche cuando subimos a nuestro jeep en la última etapa de nuestro particular Dakar. Vimos amanecer por el camino. Ésta era nuestra última gran prueba con el mal de altura, había que subir hasta los 5.000 metros.



Los géiseres bolivianos también son más espectaculares que los chilenos pese a que se supone que son muchos menos. Aquí las reglas son también más permisivas (o laxas). Si en la parte Chilena te advertían de no acercarte y te hablaban de todas las muertes de turistas imprudentes, aquí veías como el guía pisaba una fumarola para que el vapor se expandiese o un guiri saltaba entre cráteres sin que nadie le advirtiera del riesgo que corría. Le preguntamos a Jesús si había habido muertes aquí y nos dijo que sí, pero no precisó el número. Hacía frío, pero mucho menos que la noche anterior, con una sudadera y dos o tres camisetas se podía estar allí sin estar congelado.



Habiendo visto los géiseres del Tatio es cierto que estos otros no sorprenden tanto, pero para mí, son más bonitos que los chilenos y se pueden ver más de cerca. En definitiva, si alguien hace Atacama y Bolivia puede ahorrarse las excursiones de Piedras Rojas y lagunas altiplánicas y la de los géiseres del Tatio porque va a haber algo muy parecido en la parte boliviana y casi más espectacular (por no contar también con el precio). El sol ya se había levantado cuando salimos del campo de géiseres. La foto con la montaña expulsando vapor de agua al amanecer bien merece el madrugón que nos metimos.



Antes de finalizar nuestra travesía por el salar, todavía nos quedaban algunas paradas. La primera de ellas eran unas piscinas termales gratuitas. Muchos pensaran que a las 8 de la mañana y con las bajas temperaturas, lo que menos apetece es meterse en el agua, pero nosotros vimos la oportunidad perfecta después de llevar día y medio sin ducharnos. Al principio daba algo de pereza, pero una vez dentro se estaba en la gloria. El agua estaba caliente y no apetecía nada salir de él. Mirta, Jorge, Diana y yo lo aprovechamos. Dani y Santa Cruz se quedaron fuera por pereza. También lo aprovecharon mucho los guiris que estaban en la terma cuando Diana se metió en bragas y sujetador, dejando todos sus "encantos" al aire por un descuido.



Lo peor de este baño en un entorno espectacular fue la salida... A tan baja temperatura había que vestirse rápido para no quedarse temblando. Aún nos quedaban dos paradas más, la primera de ellas en el desierto de Dalí, una enorme explanada donde había varias rocas... Dicho así no parece gran cosa, pero visto en directo era una postal muy linda. Nuestra última parada fue otra laguna donde no había vida porque sus aguas tenían arsénico. Desde ella se veía perfectamente el Lincancabur, el volcán que preside el paisaje de Atacama y que nos hacía percatarnos que el final de nuestra aventura Boliviana estaba cerca.



En tan sólo media hora estábamos ya en la frontera entre Chile y Bolivia haciendo todos nuestros papeleos para entrar al país. Allí fue donde nos despedimos de nuestro guía Jesús y de el chino Santa Cruz, que cogía otro bus distinto al nuestro para llegar a Atacama. Nosotros salimos sin problema, pero Jorge tuvo que pagar 15 bolivianos. 



En Chile tuvimos que pasar dos controles más: el primero de ellos era antidrogas y te revisaban la mochila de mano y poco más, no había perros ni ningún otro control. De este control comenzamos a bajar en el bus una enorme ladera hacia Atacama. El segundo control estaba ya en el pueblo de Atacama y era la terrible aduana de comida, muchísimo más estricto y exhaustivo que el control de drogas en la frontera boliviana. A Chile le importa más que introduzcas un aguacate que el meter dos kilos de droga. Pasados estos trámites nos dirigimos a la estación de autobuses para dejar nuestras mochilas y comprar los pasajes a Santiago de Diana y Jorge. Mirta quiso acompañarnos también, ella tenía que ver cómo llegar a su casa en Argentina donde le esperaban su hermano y sobrinos. No eran ni las 11 de la mañana.



Diana y Jorge cogieron un bus para esa misma tarde que les dejaría en Santiago a las 4. Diana estaba encantada pensando que en doce horas estaría en su casa, pero no se dio cuenta que eran las 16 de la tarde del día siguiente. En total 23 horas de autobús más les esperaban por delante. Comimos todos juntos y aprovechamos para después de tres días sin internet, conectarnos en la plaza principal para dar señales de vida y recibir noticias desde España. A las 16 de la tarde Dani y yo cogimos el bus de Atacama a Calama y nos despedimos ya de los chicos y Mirta. A Diana y Jorge les veríamos en Santiago.

En Calama cogimos un taxi que nos acercó al aeropuerto por unos 8 euros. A las 20,30 de la tarde cogíamos nuestro vuelo a Santiago. El vuelo tuvo un retraso de media hora y finalmente aterrizamos en la capital casi a las 23 de la noche. Llegamos a casa de Diana reventados de todo el día y aún había que poner lavadora y preparar la mochila para el día siguiente. A las 6,30 de la mañana teníamos otro vuelo a Punta Arenas al sur del país. Nos íbamos a cruzar todo Chile en menos de 12 horas.


Viviendo nuestro propio Dakar

Salar de Uyuni, 12 de noviembre de 2017

Nuestro segundo día atravesando el salar comenzó a las 6 de la mañana. Tras un buen desayuno en el hotel de sal, partimos en caravana por el medio del desierto con otra media docena de jeeps. Hoy tocaba ver las lagunas altiplánicas de Bolivia, aunque Dani y yo ya las habíamos visto dos días antes por el lado de Chile.



Aquí no hay carreteras y cualquier camino es bueno para atravesar el desierto boliviano. Uno tiene la sensación de que está en medio de la nada. Nuestro conductor Jesús, salía y entraba del camino para evitar la nube de polvo que se formaba con el resto de todoterrenos. La sensación es la de estar participando en una etapa de la carrera del Dakar. Antes de comenzar a subir hasta los 4.300 metros paramos en una tienda donde poder comprar hoja de coca para evitar el mal de altura. Jorge también compró una piedra negra a la que llaman lejía y que funciona como catalizador de la hoja. 



Hay que meterse hojas en la boca con un poco de esta lejía (con un sabor horrible por cierto), y dejar que actúe. Yo preferí no tomarlo y ver hasta dónde podía aguantar sin tener mal de altura. El resto del grupo parecían hámsters con sus carrillos hinchados, sobre todo nuestro conductor. La primera parada fue en medio del desierto en una zona desde la que se podían ver algunos de los volcanes de los Andes. Las piedras del desierto se habían erosionado por el viento y habían creado distintas formaciones a las que se podía escalar. Era un sitio curioso.



Desde allí hicimos varias paradas por lagunas donde pudimos observar los flamencos. Bolivia es un lugar mucho mejor para observar estas aves que Chile. No sólo hay muchas más y se ven desde mucho más cerca, sino que además el entorno es más bonito que el chileno. Eso por no hablar del color de los pájaros, mucho más rosado en la zona boliviana. De hecho si se va a realizar el cruce del salar desde Bolivia, creo que la excursión de Piedras Rojas y lagunas altiplánicas en Atacama es totalmente prescindible.



A mediodía paramos a comer frente a una de las lagunas. Las vistas eran excelentes. Nos encontrábamos un poco más lentos de lo normal, pero no nos sentimos mal en ningún momento, de momento el mal de altura nos estaba respetando. En la comida nos encontramos una chica de Barcelona que nos contó que su experiencia no estaba siendo tan placentera como la nuestra: el día anterior no habían tenido tanto tiempo libre como nosotros, no les llevaron a ver el atardecer y no tenían ya agua para las comidas, sólo les habían dado dos botellas para 6 personas. Aparte su guía era bastante desagradable con ellos al parecer. Jesús sin embargo, cada vez estaba más cómodo con nosotros y ya empezaba a hacernos hasta bromas. Se ve que tuvimos suerte.




Después de comer pudimos dar un paseo por la orilla del lago con los flamencos muy de cerca. En nuestro camino hacia laguna verde se nos cruzó un zorro del desierto que se paró frente a nosotros. Por lo que nos contó nuestro guía estos animales están acostumbrándose a la presencia humana y buscan comida cerca de nosotros. Según iba avanzando la tarde el viento soplaba con más fuerza y hacia más frío. Tuvimos que parar varias veces en medio de la nada para ayudar a otro jeep que estaba teniendo problemas y no podía seguir su camino.



Paramos en el árbol del desierto y en la laguna verde, pero el fuerte viento no nos permitió disfrutar de ambos lugares como nos hubiera gustado, la temperatura era baja, pero lo peor eran las pequeñas piedras que te golpeaban cuando se levantaba el aire. Aun así cayó nuestra sesión de fotos en ambos sitios. En la laguna verde nos dió media hora, pero a los 10 minutos ya estábamos en el coche. Todos menos Santa Cruz, nuestro compañero chino de furgoneta que estaba sacando fotos de la laguna. El dios del viaje le castigó por hacernos esperar. Su cámara se estropeó porque se le metió arena en ella y se pasó el resto del día intentando limpiar los espejos.



Tras la visita a la laguna pasamos por el puesto del parque donde tuvimos que pagar unos 20 euros por persona. Allí el guarda nos contó que antes el mantenimiento del parque lo hacía la propia provincia, pero que ahora estaba en manos del estado y se cuidaba mucho menos pese a que la entrada había subido muchísimo de precio. Se ve que no estaba muy contento con Evo Morales.



Estaba ya anocheciendo cuando llegamos a nuestro refugio del segundo día. El hotel de sal del día anterior era todo un cinco estrellas comparado con este. La habitación era de 6 y no había luz hasta las 19,30 de la tarde. A partir de esa hora encendían un motor hasta las 21,30 para que pudiéramos cargar nuestros teléfonos. Si el baño del hotel de sal era un poco cerdo, este sin luz no tenía nombre. Los guiris habían tirado el papel higiénico usado fuera de la papelera, daba asquete. Teníamos que ir con frontal para poder ver algo y con cuidado de donde se pisaba. Casi era mejor usar el baño del inca, es decir, salir al campo. Aquí por cierto no había posibilidad de ducha, y sí, olíamos un poco a sudor, pero la aventura es así, en ocasiones hay que ir sin asearse.



Mirta y yo nos quedamos hablando mientras Dani, Diana y Jorge se fueron a jugar al Ping pong a un "bar/centro cultural" que estaba junto al hospedaje. En este lugar remoto las cuatro edificaciones que había eran tiendas donde se podía comprar cualquier cosa, aquí los cuatro lugareños que vivían trabajaban para el turista. Nos sirvieron la cena pronto, sobre las 20 de la tarde. Como era nuestro último día nos pusieron una botella de vino para brindar, todo un detalle. Fuera hacía un frío terrible. Después de la cena nos intentamos asear como pudimos con toallitas húmedas. Al menos así disimulábamos un poco el olor de todo el día. A las 21,30 cuando apagaron las luces ya estábamos todos metidos en cama. A las 4 de la mañana teníamos el desayuno, aún acostándonos pronto, íbamos a dormir poco.





lunes, 13 de noviembre de 2017

Un desierto de sal

Salar de Uyuni, 11 de noviembre de 2017

El primer día de nuestra aventura boliviana nos permitió levantarnos a una hora decente. A las 10'30 teníamos que estar en la agencia, así que nos levantamos tranquilamente a las 9 y desayunamos en nuestro hotel. Por fin un día que podíamos desayunar al levantarnos.



Todos los tours de todas las agencias comienzan a las 10'30 de la mañana. Nuestro jeep lo conducía Jesús, un boliviano de apariencia joven que llevaba 5 años como guía y tuvimos como compañeros de viaje a un chino que viajaba por toda Sudamérica que se autobautizó como Santa Cruz, y a Mirta, una mujer Argentina de 50 años afincada en Málaga que había bajado desde Perú hasta Bolivia haciendo turismo y que con el paso de los días se acabó convirtiendo en una compañera más del grupo. 



Tras las presentaciones y habiendo cargado la vaca del jeep con nuestras mochilas y la gasolina para estos días, arrancamos nuestra aventura por el salar. En ese momento empezamos a ver otros coches de otras agencias similares al nuestro en la misma dirección. La primera parada era el Cementerio de Trenes y todos íbamos en la misma dirección.



El cementerio de trenes se encuentra a las afueras de Uyuni y la mejor forma de definirlo es como un parque de atracciones para adultos. La pena es que no supiéramos que estaba tan cerca de la ciudad, porque de haberlo sabido podíamos habernos acercado la tarde anterior para hacernos fotografías en soledad sin la cantidad de turistas que había cuando llegamos. Jesús nos dio media hora para estar allí, pero acabamos estando más de 40 minutos. 



El cementerio de trenes no es más que varias máquinas y vagones antiguos y oxidados por los que uno puede escalar, subirse y hacer un poco el cabra. Subirse en lo alto del cilindro de una locomotora y andar por él sin ningún tipo de sujeción a más de 4 metros de altura, es algo que sólo puede hacerse en Bolivia. Eso sí, si te resbalas y caes (y ocurre), lo más probable es que acabes en el hospital y no puedas continuar el tour que acabas de arrancar. Nosotros disfrutamos como niños pese a la gente que había. Es un lugar y una experiencia únicos que sólo se puede hacer aquí.



Nuestra segunda parada fue algo más aburrida, un mercado de artesanía donde al contrario que en el cementerio de trenes, nos sobró el tiempo y básicamente aprovechamos para ir al baño pagando por supuesto como en casi todos los lugares en Bolivia. De nuevo en ruta, llegamos a la entrada del salar donde vimos algunos montones y tuvimos nuestra primera toma de contacto con el lugar. Un poco más adelante llegamos al monumento del Dakar, una enorme estatua hecha de madera que nos recuerda que la competición se celebra allí desde hace algunos años. Detrás del monumento se encontraba el primer hotel de sal del salar, del año 1993 y que ahora ha sido reconvertido en museo con estatuas realizadas en sal en su interior. Alguna gente comía en ese lugar, supongo que los que más hayan pagado por su tour porque tiene pinta de ser un lugar caro.



Los adoquines de los hoteles de sal están hechos precisamente de eso, de sal y tanto las mesas como las sillas son también enormes bloques de sal. Junto al hotel de sal se encuentra una "rotonda" con banderas de todo el mundo que los turistas han ido dejando allí. Tras una parada de 40 minutos en este lugar nos adentramos por fin en el salar.



El salar de Uyuni es un lugar único que ni las imágenes que pueda colgar aquí, ni las descripciones que pueda realizar de él se acercan a lo que realmente es cuando estás allí. Un enorme desierto blanco sobre el que circulamos en caravana con otros jeep emulando la famosa carrera del Dakar. El suelo está formado por cristales de sal que se resquebrajan bajo nuestros pies y mires donde mires ves un enorme manto blanco que se extiende hasta llegar a las montañas que lo rodean a lo lejos. La época más adecuada para visitar el salar es en los meses de enero y febrero, cuando tras las lluvias se encuentra cubierto de agua y se produce el efecto espejo que no permite distinguir entre cielo y tierra. Si ahora sin agua deja con la boca abierta, no puedo ni imaginarme cómo será cubierto por agua.



Paramos en medio del salar para comer. Nuestro guía nos dejó tiempo para realizar fotos mientras preparaba la comida en la parte de atrás del jeep, y ahí comenzó nuestra sesión. El salar de Uyuni es tan extenso que provoca que en fotografías se pierda la perspectiva y se consigan efectos "mágicos". Colocando un objeto en primer plano y nosotros unos metros más atrás, podemos hacer viguerías. Nos deslizamos por la guitarra de Jorge, hicimos equilibrios sobre los cordones de unas botas, nos empequeñecimos para salir de un sombrero y mil cosas más que se nos fueron ocurriendo.



Mirta ahí empezó a alucinar un poco con nosotros, no había oído de estas fotografías y cuando vio los primeros resultados no dudó en unirse al grupo. La más de media hora que nos dio Jesús se nos hizo corta. Por suerte nos prometió tener más tiempo para fotografías tras la comida. En cuanto a la comida fue excelente durante todo el viaje, aunque casi siempre comimos pollo. Comer en medio del salar pese al calor del lugar que nos hacía tener que buscar la sombra del jeep era un privilegio.



Tras la comida seguimos adentrándonos en el salar maravillados con aquel paisaje hasta que llegamos a la isla de Incahuasi. Este lugar en mitad del salar es una "isla" de cactus rodeados por la sal blanca. Allí Jesús nos dio dos horas. Entrar en esta falsa isla cuesta unos 4 euros y sin lugar a dudas merece la pena ya que se tiene una perspectiva desde lo alto del lugar. Diana, Jorge y yo pagamos la entrada. La subida le costó un poco a los chicos por la altura a la que nos encontrábamos que hacía que se fatigaran más rápido pero es algo que todo el mundo puede hacer y es imprescindible. Además con la entrada se tiene derecho a usar el baño del lugar. A Dani y Mirta les intenté convencer para que subieran después pero prefirieron quedarse abajo.



Tras la visita a Incahuasi teníamos aún una hora más para continuar con nuestras fotografías. Creo que ningún otro grupo se hizo tantísimas como nosotros. Algunas salieron mejor y otras peor pero solo tomarlas fue ya divertidísimo. Podíamos haber estado 3 horas más allí probando cosas distintas. Tras Incahuasi, Jesús nos llevó a ver el atardecer en medio del salar. Según el sol se iba escondiendo la temperatura iba bajando. El salar de Uyuni es sin duda un lugar que se queda en la retina.



Ya anocheciendo llegamos al refugio donde íbamos a pasar la noche, un hotel de sal en la ladera de una montaña. Y sí, las paredes eran de sal, las mesas y las sillas eran de sal y hasta nuestras camas eran de sal. Probamos las paredes para comprobarlo y sí, eran saladas. Eso sí, en su interior no hacía frío y se estaba muy agusto. No es el lugar más lujoso del mundo pero sin duda merece la pena pasar una noche aquí. En este alojamiento estuvimos varios grupos de turistas y para aquella gente más cómoda hay que advertir que sólo hay tres baños, una ducha y electricidad hasta las 23 de la noche. En definitiva, que hay que dejarse llevar por la aventura.



El mero hecho de cargar los teléfonos fue ya toda una odisea con ladrones sobre ladrones y regleta sobre regleta. Eso por no hablar de compartir baño con unos cuantos guiris sueltos del estomago a causa de su viaje por Bolivia. Nosotros cenamos y nos fuimos a la habitación a charlar. Nos entretuvimos haciendo sombras chinescas con el frontal en la pared, pero pronto el sueño se apoderó de nosotros. Nuestro guía nos dijo que a las 6 de la mañana había que levantarse.



Cruzando la frontera Boliviana

Uyuni, 10 de noviembre de 2017

Habíamos descansado poco más de dos horas cuando nuestro despertador sonó, eran las 2'20 de la mañana y nuestro autobús a Bolivia salía 40 minutos más tarde. Adormilados pusimos rumbo a la terminal de autobuses con nuestras mochilas, nos esperaba un viaje por carretera de más de 10 horas. Un perro negro nos acompañó desde la puerta de nuestro hostel hasta la estación de autobuses jugando con nosotros por el camino y despidiéndonos en el bus. Si por mí fuera me lo hubiera llevado a España también.



Lo más económico para ir a Uyuni es coger este bus que sale a diario a las 3 de la mañana y que une San Pedro y Bolivia. Su precio son unos 20 euros. Se puede coger un transfer privado que tarda unas 4 horas menos pero cuesta más del doble y además hay que pagar por la entrada en Bolivia. En Uyuni nos esperaban Diana y Jorge que tenían como misión conseguir el mejor precio en el tour de tres días por el salar.



El viaje fue tranquilo. El paisaje una vez que amaneció era merecedor de ser contemplado. La cordillera de los Andes estaba en nuestro lateral y se veían volcanes y más volcanes, algunos de ellos incluso activos soltando humo. Nos dijeron que Chile tiene 1980 volcanes de los cuales unos 180 están activos. Cuando amaneció llegamos a un pueblo fantasma en mitad del desierto donde los únicos habitantes eran viejos trenes abandonados. Era la frontera entre Chile y Bolivia y la verdad sobrecogía. En la salida de Chile nos pidieron el papel que te dan al entrar. Es importante llevar siempre con uno este papel porque como turistas estamos eximidos de pagar el 19% de IVA de los alojamientos. Nosotros no lo sabíamos y en Atacama pagamos este extra por no llevarlo.



La entrada a Bolivia no presentó mayores inconvenientes. En la frontera el policía ni nos miró la cara, selló nuestro pasaporte y no preguntó absolutamente nada. Pasamos nuestras mochilas por un escáner y ya estábamos en suelo Boliviano, aunque todavía quedaban unas horas para llegar a Uyuni. De la frontera nos fuimos con una canción en la cabeza de unos anuncios que no paraban de repetir: porque Bolivia importa, pero también exporta.



Importante ir al baño en la frontera si no se quiere pagar en la siguiente parada en medio de la nada en un restaurante donde te dan 15 minutos para desayunar. Consejo respecto a la comida: Bolivia no es Chile. Beber agua no embotellada no es seguro y la fruta o verdura tiene que estar o pelada o cocinada si no queremos tener una buena gastroenteritis. Como comprobamos posteriormente muchos mochileros acaban fatal del estomago en este país y lo que sueltan no es nada agradable.



Pasadas las 12 de la mañana llegamos a Uyuni. Habíamos pasado por la parte exterior del salar y nuestras ganas de conocerlo habían aumentado. Según nos bajamos varias personas nos ofrecieron ya el tour de tres días por el salar. Nosotros lo primero que hicimos fue ir al hotel para encontrarnos con los chicos y ver si Diana había hecho los deberes. Estaban en la habitación del hotel esperándonos. El hotel se llamaba la Reina del salar, y pese a ese nombre de lugar de poca reputación, lo cierto es que por los 10 euros que nos costó por cabeza con desayuno incluido, no estaba nada mal y muy bien situado en el centro del pueblo. 



Diana había conseguido el tour de tres días por el salar finalizando en Atacama por 700 Bolivianos, algo menos de 70000 pesos chilenos (menos de 100 euros). El precio nos pareció bueno, después nos enteramos que se puede conseguir por 650 bolivianos o incluso 600 si necesitan completar un grupo y sobran plazas. En definitiva, es más económico contratarlo todo aquí y es muy fácil hacerlo. El tour incluye el transporte y alojamiento en pensión completa durante los tres días y sólo hay que pagar a mayores unos 24 euros por entrar al parque natural. Nuestra agencia fue Ripley Tours y la experiencia fue muy buena, no como la de otra gente que nos encontramos, creo que tienen página web, www.ripley.tours.com. 



Diana ya había adelgazado algunos kilos de los que cogió en España y nos contó que en parte había sido por las gastroenteritis que había tenido en su viaje por todo Bolivia. Después de ducharnos, que llevábamos sin probar ducha desde las lagunas escondidas, fuimos a comer y pagar el tour. Dani y Diana eligieron un filete de llama pero no resultó ser la mejor elección. Si se quiere probar llama, mejor en el pueblo de Atacama bajando de los géiseres del Tatio.



Dimos un paseo por el pueblo pero lo cierto es que Uyuni tiene más bien poco que ver. Unas estatuas de hierro horribles hechas con antiguas piezas de trenes están en algunas de las avenidas céntricas y poco más. Todo cambia respecto a Chile, se ve mucho menos turístico y por la calle te encuentras con las Cholitas, las mujeres indígenas Bolivianas con sus vestidos típicos. De hecho el tour por el salar es algo que no lleva más de 10 años funcionando. No había mucho que hacer en la ciudad, así que nos fuimos al hotel a beber una botella de Singani que habían traído Diana y Jorge de su viaje, una especie de Pisco hecho con uva boliviana que no estaba nada mal y que nos ayudó (o no) a aclimatarnos a la altura.



Cenamos una pizza que fuimos a recoger y seguimos bebiendo y contándonos anécdotas hasta que nos fuimos a la cama. Al día siguiente comenzaba nuestra aventura de tres días por el salar.

Géiseres, lagos de sal y estrellas

San Pedro de Atacama, 9 de noviembre de 2017

Nuestro último día en San Pedro era sin duda el más activo de los tres. El despertador sonó a las 4'15 de la mañana. Nos pasaban a recoger para la primera de nuestras excursiones a partir de las 4'30. De los géiseres del Tatio nos habían dicho que el frío era terrible, llegando a los -10 grados y nosotros apenas íbamos preparados. Nos pusimos tres camisetas bajo la sudadera, la braga par el cuello y el gorro de lana que nos compramos el día anterior y nos concienciamos de que íbamos a pasar mucho frío. También nos avisaron del mal de altura ya que los géiseres estaban a unos 4.300 metros.



Nuestro conductor pasó a buscarnos sobre las 5'25 de la mañana. Lo primero que nos dijo es que no nos preocupáramos por el mal de altura, pese a la elevación esa zona tenía más oxígeno de lo normal y es raro que ocurra. Lo siguiente que nos dijo fue que intentáramos dormir porque teníamos un buen camino hasta la zona de los géiseres y a esas horas y a oscuras no había mucho paisaje que ver. Prometo que lo intenté y quien me conoce sabe que es fácil que duerma en cualquier transporte, pero la carretera ascendente es tan terrible que me resultó imposible. Íbamos botando por caminos de tierra y es imposible conciliar el sueño. De hecho Dani llegó hasta mareado a los géiseres y no por el mal de altura. Una pareja chilena delante de nosotros sí consiguió dormir sorprendentemente.



A los géiseres llegamos al amanecer, es a esta hora, cuando la temperatura empieza a ascender cuando más activos están y el espectáculo de la naturaleza se muestra con más fuerza. Según avanza el día los géiseres más pequeños se inactivan hasta la mañana siguiente. Hacía frío pero tampoco era algo muy exagerado y nosotros lo aguantamos bien pese a nuestra poca preparación. 



Al parecer el Tatio es el tercer lugar geotérmico del mundo tras Yellowstone y otro sitio en Japón. El guía nos advirtió que tuviéramos mucho cuidado de donde pisábamos y nos enumeró las diversas muertes de turistas por selfies imprudentes que se habían producido en los últimos años. Uno de los géiseres fue creado por una mujer que pisó donde no debía y se abrió el suelo bajo ella y al más grande de todos se le llama el asesino.



Desayunamos ya cuando amaneció y a nuestro alrededor empezaron a sobrevolar un montón de gaviotas andinas que venían a intentar conseguir algo de nuestro desayuno. Las gaviotas andinas son similares a las de mar, pero su color es blanco mezclado con gris y negro muy puro. Son muy bonitas. Bajando de los géiseres paramos en un pueblo donde pudimos probar una brocheta de llama por unos 4 euros. Su sabor es similar al cerdo, pero su carne es más suave, recomendable probarlo. También pasamos por el pueblo más pequeño de todo Chile, formado por la casa de dos hermanas.



Hicimos otras pequeñas paradas para ver una pequeña laguna con flamencos y una ladera de una montaña donde había una especie de conejos/ardillas típicos de la zona. También pudimos ver montones de vicuñas que andaban por la zona y un cañón formado por las aguas de las termas de puritama. Por último el guía nos paró en una ladera donde dejó su coche en punto muerto y nos contó que el coche subía una cuesta por efecto de la magnetita de una montaña cercana. Como no nos lo creíamos y Diana nos avisó de que nos iban a contar esto, nos bajamos del coche y con una botella de agua le demostramos al guía que realmente todo era un efecto óptico y que lo que era supuestamente una subida, era en realidad una bajada. Sí, nos hicimos los listillos, no sé si el hombre contará a sus futuros tours lo de la montaña magnética.



A media mañana llegamos a San Pedro y fuimos al hostel a descansar un rato. Tampoco teníamos mucho tiempo, teníamos que comer y a primera hora de la tarde salía nuestro segundo tour del día a las lagunas escondidas. En San Pedro te ofrecen un tour a la Laguna Cejar que incluye los ojos del salar y otro a la laguna escondida. Ambos cuestan más o menos lo mismo, pero en ninguno incluye la entrada a las lagunas en sí. La diferencia es que entrar en la laguna Cejar cuesta casi 20 euros por persona mientras que en la otra laguna no llega a 7 euros y la experiencia es similar, flotar en una pequeña laguna salada similar a como se hace en el mar muerto. Nosotros nos decidimos por la laguna más barata. Con todo el calor nos subimos a una furgoneta con otros 15 turistas más y partimos hacia allí.



Los paisajes saliendo de San Pedro son totalmente extraterrestres, si el valle de la luna es un imperdible, en esta ocasión pasamos por el Valle de Marte, una enorme extensión de piedra y arena roja que te hace pensar que estás en el planeta vecino. A mitad de camino en medio del desierto empezó a sonar la rueda trasera derecha de forma un tanto extraña. El conductor se bajó y cuando vi su cara supe que mis suposiciones eran ciertas, habíamos pinchado. Estuvimos tirados en el desierto más de una hora intentando cambiar la rueda del minibús. Sin una sombra y a las 16'30 de la tarde, lo mejor era tomarse aquello con humor. 



Por fin consiguieron poner la gata (aquí es femenino) , sacar la rueda y cambiarla por la de repuesto, pero habíamos perdido una hora de excursión, por lo que el tiempo de baño en la laguna pasó de una hora a treinta minutos. La laguna escondida realmente se llama Laguna de Baltinache y no se tiene claro si su origen fue artificial o natural. En total son 7 lagunas saladas y el baño sólo es posible en la primera y en la última. El resto de las lagunas están en periodo de formación y está prohibido meterse en ellas. Las lagunas aunque uno no se bañe son dignas de verse, el blanco de la sal contrasta con el azul cristalino del agua y el camino de una a otra de las lagunas se hace entre enormes bloques de sal.


El lugar en sí tiene vestuarios y hasta duchas para después de bañarse, algo que es fundamental ya que tras el baño se acaba totalmente blanqueado cuando uno se seca por la sal. La experiencia es similar a la que se tiene en el mar Muerto aunque tal vez se flote algo menos. Quien no haya tenido nunca una experiencia así seguro que lo disfruta. Puedes ponerte como quieras y hacer lo que quieras, menos sumergirte. Si se tienen heridas eso sí se sufrirá, el agua salada abrasa. También si se nos mete por accidente algo de agua en el ojo. 



Por cierto, en las lagunas vimos un auténtico tour vip muy distinto al nuestro. A esta otra gente les daban albornoz al salir de la laguna y una merienda con vino y comida buena, no snacks, al salir del baño. Eso sí, tenían que ducharse en los mismos vestuarios que nosotros para quitarse la sal y esos no eran en absoluto Vip.



De las lagunas fuimos a toda velocidad hasta un punto desde donde ver el atardecer. El valle donde nos llevaron era similar al Valle de la Luna que habíamos visto dos días antes. El tour nos incluía una pequeña merienda mientras veíamos como el sol se iba ocultando. Yo acabé bebiendo media botella de pisco ya que nadie más lo hacía. Debido al pinchazo casi llegamos cuando el sol estaba ocultándose. Mientras merendábamos varios chilenos y brasileños nos preguntaron por la situación política de España en esos momentos.



Llegamos a San Pedro más tarde de lo esperado, sobre las 20'20. Teníamos 25 minutos para comprar algo para cenar, cambiar pesos chilenos por pesos bolivianos e ir al baño antes de que comenzara nuestra última excursión del día, el Tour Astronómico para ver las estrellas. La cena la arreglamos con un par de empanadas compradas en una panadería al final de la calle Caracol y para el baño tuvimos que acercarnos al polideportivo. Los bolivianos los cambiamos cerca de la plaza central. Llegamos justo a tiempo.

Creo que ya la conté en una entrada anterior, debido a su situación el cielo de San Pedro es un lugar privilegiado para ver las estrellas. Desde el propio pueblo se ven cientos de ellas. El tour nos llevó a una media hora de la ciudad para evitar la contaminación lumínica. En mitad del campo nuestro guía tenía instalados dos telescopios y una mesa con café y té para picar algo. Este tour es imperdible para todo aquel que le guste la naturaleza. Es sin duda el cielo en el que más estrellas he visto en mi vida. Nuestro guía enfocó varias constelaciones y estrellas que pudimos ver con claridad. También pudimos ver la galaxia de Andrómeda y Saturno e incluso varias estrellas fugaces durante las dos horas que duró le tour. 

Lo mejor sin duda fue el final, nos hizo a cada uno varias fotos individuales con el cielo estrellado de fondo. Es posiblemente el mejor recuerdo final que podemos tener de Atacama. Casi a medianoche nos dejaron en nuestro hotel. En poco más de dos horas nos levantábamos para coger nuestro bus con el que cruzaríamos la frontera boliviana para llegar a Uyuni, donde nos reuniríamos con Diana.