A las 3,45 de la mañana sonó la alarma del teléfono móvil. Iba a ser un día largo. Tras desayunar nos pusimos en marcha hacia los géiseres de Bolivia. Como sus homónimos atacameños, para poder verlos en todo su esplendor, hay que estar a primera hora de la mañana allí, cuando el sol empieza a salir. Todavía era de noche cuando subimos a nuestro jeep en la última etapa de nuestro particular Dakar. Vimos amanecer por el camino. Ésta era nuestra última gran prueba con el mal de altura, había que subir hasta los 5.000 metros.
Los géiseres bolivianos también son más espectaculares que los chilenos pese a que se supone que son muchos menos. Aquí las reglas son también más permisivas (o laxas). Si en la parte Chilena te advertían de no acercarte y te hablaban de todas las muertes de turistas imprudentes, aquí veías como el guía pisaba una fumarola para que el vapor se expandiese o un guiri saltaba entre cráteres sin que nadie le advirtiera del riesgo que corría. Le preguntamos a Jesús si había habido muertes aquí y nos dijo que sí, pero no precisó el número. Hacía frío, pero mucho menos que la noche anterior, con una sudadera y dos o tres camisetas se podía estar allí sin estar congelado.
Habiendo visto los géiseres del Tatio es cierto que estos otros no sorprenden tanto, pero para mí, son más bonitos que los chilenos y se pueden ver más de cerca. En definitiva, si alguien hace Atacama y Bolivia puede ahorrarse las excursiones de Piedras Rojas y lagunas altiplánicas y la de los géiseres del Tatio porque va a haber algo muy parecido en la parte boliviana y casi más espectacular (por no contar también con el precio). El sol ya se había levantado cuando salimos del campo de géiseres. La foto con la montaña expulsando vapor de agua al amanecer bien merece el madrugón que nos metimos.
Antes de finalizar nuestra travesía por el salar, todavía nos quedaban algunas paradas. La primera de ellas eran unas piscinas termales gratuitas. Muchos pensaran que a las 8 de la mañana y con las bajas temperaturas, lo que menos apetece es meterse en el agua, pero nosotros vimos la oportunidad perfecta después de llevar día y medio sin ducharnos. Al principio daba algo de pereza, pero una vez dentro se estaba en la gloria. El agua estaba caliente y no apetecía nada salir de él. Mirta, Jorge, Diana y yo lo aprovechamos. Dani y Santa Cruz se quedaron fuera por pereza. También lo aprovecharon mucho los guiris que estaban en la terma cuando Diana se metió en bragas y sujetador, dejando todos sus "encantos" al aire por un descuido.
Lo peor de este baño en un entorno espectacular fue la salida... A tan baja temperatura había que vestirse rápido para no quedarse temblando. Aún nos quedaban dos paradas más, la primera de ellas en el desierto de Dalí, una enorme explanada donde había varias rocas... Dicho así no parece gran cosa, pero visto en directo era una postal muy linda. Nuestra última parada fue otra laguna donde no había vida porque sus aguas tenían arsénico. Desde ella se veía perfectamente el Lincancabur, el volcán que preside el paisaje de Atacama y que nos hacía percatarnos que el final de nuestra aventura Boliviana estaba cerca.
En tan sólo media hora estábamos ya en la frontera entre Chile y Bolivia haciendo todos nuestros papeleos para entrar al país. Allí fue donde nos despedimos de nuestro guía Jesús y de el chino Santa Cruz, que cogía otro bus distinto al nuestro para llegar a Atacama. Nosotros salimos sin problema, pero Jorge tuvo que pagar 15 bolivianos.
En Chile tuvimos que pasar dos controles más: el primero de ellos era antidrogas y te revisaban la mochila de mano y poco más, no había perros ni ningún otro control. De este control comenzamos a bajar en el bus una enorme ladera hacia Atacama. El segundo control estaba ya en el pueblo de Atacama y era la terrible aduana de comida, muchísimo más estricto y exhaustivo que el control de drogas en la frontera boliviana. A Chile le importa más que introduzcas un aguacate que el meter dos kilos de droga. Pasados estos trámites nos dirigimos a la estación de autobuses para dejar nuestras mochilas y comprar los pasajes a Santiago de Diana y Jorge. Mirta quiso acompañarnos también, ella tenía que ver cómo llegar a su casa en Argentina donde le esperaban su hermano y sobrinos. No eran ni las 11 de la mañana.
Diana y Jorge cogieron un bus para esa misma tarde que les dejaría en Santiago a las 4. Diana estaba encantada pensando que en doce horas estaría en su casa, pero no se dio cuenta que eran las 16 de la tarde del día siguiente. En total 23 horas de autobús más les esperaban por delante. Comimos todos juntos y aprovechamos para después de tres días sin internet, conectarnos en la plaza principal para dar señales de vida y recibir noticias desde España. A las 16 de la tarde Dani y yo cogimos el bus de Atacama a Calama y nos despedimos ya de los chicos y Mirta. A Diana y Jorge les veríamos en Santiago.
En Calama cogimos un taxi que nos acercó al aeropuerto por unos 8 euros. A las 20,30 de la tarde cogíamos nuestro vuelo a Santiago. El vuelo tuvo un retraso de media hora y finalmente aterrizamos en la capital casi a las 23 de la noche. Llegamos a casa de Diana reventados de todo el día y aún había que poner lavadora y preparar la mochila para el día siguiente. A las 6,30 de la mañana teníamos otro vuelo a Punta Arenas al sur del país. Nos íbamos a cruzar todo Chile en menos de 12 horas.